Algunos de ustedes lo saben, para no morir de hambre en Bilbao y evitar mendigar con el perro a la puerta de Sancti Petri los domingos, tuve que trabajar de encuestadora para un instituto de estudios de opinión de cuyo nombre no quiero acordarme (ellos del mío tampoco, dicho sea de paso, aunque la explotación laboral no sea el tema que nos ocupe en este escrito).
El encargo principal era para una serie de ayuntamientos catalanes, preocupados por la aceptación de las políticas que estaban llevando en los respectivos municipios pero especialmente, para conocer lo que sería interesante poner en un programa electoral. Por supuesto, la intención principal de los clientes era, conocer la opinión de los vecinos, el fin último y perfecto de la demoscopia, así que las encuestas eran abiertas, preguntas claras y precisas, sin trampa ni cartón, con preguntas sobre aceptación o rechazo que se resolvían con un Sí o un No del encuestado; preguntas sobre valoración de importancia de medidas tomadas “valore del 1 al 10, siendo 1 nada satisfecho y 10 muy satisfecho”; y las mejores, las preguntas de multirespuesta en las que siempre se dejaba una opción para incluir alguna demanda concreta, el escrupulosísimo “otros” con su línea en blanco detrás para rellenar la opción que decidiera libremente el vecino. En estas últimas, los vecinos encuestados se explayaban más, las disfrutaban, de hecho hasta buscaban complicidad con la encuestadora y ella, dispuesta a escuchar en tanto que le iba el sueldo en ello, les invitaba a pensar “siéntete amo y señor” y celebraba con ellos el júbilo por la intuición de que su opinión, quizás, contase para algo.
Conocer la opinión pública, computarla y contribuir a narrar el estado de la actualidad política, en un territorio, en un momento concreto o ante ciertos eventos en particular que sea interesante estudiar, ése es el sentido de la demoscopia como instrumento para el análisis sociológico; y el método, debiera ser concienzudo, esmerado con ese fin. Pero hay otros fines, aquéllos que no son éticos porque no buscan la verdad en el resultado o al menos, la zona más próxima a ella; ni estéticos, porque cualquier interesado responde a ellos tapándose la nariz, o la boca, o los ojos, porque al profundizar en ellos no pueden evitar una respuesta fisiológica de rechazo (si no el vómito, el asco) y finalmente métodos que no son científicos, porque burlan en el procedimiento toda técnica metodológica, no están abiertos al resultado sino que hacen trampa para conseguirlo porque lo tienen predefinido. Propaganda, mercadotecnia, manipulación de la opinión pública, electoralismo… igualar a tus oponentes en porcentaje de aceptación para que tengan que batirse a cara de perro por un exiguo margen, presentar una actuación determinada del gobierno como la única posible o la única aceptada, dar importancia a un relato previamente inexistente pero que a base de forzarlo termina por publicitarse en las cabeceras de los medios… Todos esos despreciables objetivos afloran como el moho cuando la sociología y la política se ponen de común acuerdo, y abandonan su propia utilidad en ésa relación saprófita, que resulta de muy poco provecho a la ciudadanía. Como señala el profesor Félix Ovejero en su Compromiso del método (donde trata de evidenciar la falta de conciencia autocrítica de que adolecen las ciencias sociales), “Hay que saber a qué señor se sirve, si a la ciencia o a la comunidad científica”. Y por supuesto cuando se trata de nuestra comunidad política, cuando el objetivo es vendernos un estado de opinión que está amañado, debemos ser capaces de identificar no sólo al señor al que sirve, sino por supuesto los intereses que nos son propios contra los que esos adulterados propósitos colisionan.
Evidentemente, esto no es nuevo, es un tema trillado, archianalizado, pero no por ello podemos desatenderlo especialmente cuando el menosprecio, la ridiculización del método demoscópico alcanza las cotas más altas en las encuestas del CIS de Tezanos. En la más reciente, hubo una pregunta que dio mucho que hablar, decía: “¿Cree usted que en estos momentos habría que prohibir la difusión de bulos e informaciones engañosas y poco fundamentadas por las redes y los medios de comunicación social, remitiendo toda la información sobre la pandemia a fuentes oficiales, o cree que hay que mantener libertad total para la difusión de noticias e informaciones?”
Según Tezanos, un 66,7% de la población prefiere que la información sobre la pandemia provenga sola y exclusivamente de fuentes oficiales, el 30,o8% optó por mantener la libertad total para la difusión de información (bulos incluídos), el 2% dudó y sólo un 0,5% no respondió. Independientemente de la falacia que quiera identificar en ella el lector (del falso dilema o argumentum ad consequentiam) ésa pregunta no responde a los requisitos lógicos exigibles; básicamente da a elegir entre la proliferación de bulos o el control total de la información, nos introduce la explicación al problema que da el gobierno y nos ofrece una alternativa exclusiva, la suya, y que además supone una restricción gravísima de los derechos fundamentales reconocidos en la constitución, el derecho a recibir una información veraz. No da ninguna otra opción, a efectos de medir la opinión sobre la restricción de información o la abundancia de bulos, otra alternativa no existe.
Cuando escuchamos a Tezanos defender su encuesta, su “método”, tampoco es que nos llevásemos mucha sorpresa, ya hemos argumentado cómo se corrompen los resultados y se pierde toda utilidad pública en ésa relación Gobierno-CIS, y por otro lado, que es un fiel escudero de argumentario presto y estómago agradecido, no es ninguna novedad.
Si en este punto pudiésemos protestar por algo por lo que no se haya enarbolado queja alguna, debía ser por ése casi 67% de la población, los que decidieron que la amenaza de los bulos (que lo es) fuese mayor a la gravedad que supondría que la información sobre la pandemia la controlase el gobierno. Algunos incluso lo defendían con pobres argumentos “si la única información es la oficial porque proviene de las CCAA, todo lo demás son bulos” o “si ya te dan toda la información qué más quieres que investiguen“. Ése 67% de nuestra comunidad política que no entiende que precisamente esa libertad de información se erige frente al gobierno, cuyo control de la información constituye la mayor de las amenazas en democracia; ésas personas que presumieron que “era por nuestro bien, por evitar los bulos“, con humildad afirmaban “yo de demoscopia no entendiendo así que la encuesta tiene que estar bien” (como si saber que la pregunta es torticera fuese alguna proeza fuera de alcance), los que asumían que hay unos “expertos” (hasta hoy en su mayoría desconocidos) y que hay que “dejarles a ellos” la valoración de la situación como reprochándonos a los demás la arrogancia de dudar de quien por definición (expertos) debe saber más.
Está claro que esa actitud benevolente con el encuestador, Tezanos (Gobierno-CIS), puede estar alentada por una percepción de proximidad ideológica, “los he votado, luego son buenos“. Uno puede estar más dispuesto a criticar o rechazar, a percibir un conflicto de intereses, cuando sospecha que quien anda al otro lado del teléfono (metafóricamente hablando) representa opciones políticas opuestas; y a afirmar con rotundidad, respaldar el todo sin atender a la parte, sin mayores planteamientos, cuando entiende que son los suyos los que le preguntan. Pero ésta no es más que una forma de doblegar la propia opinión y capacidad de juicio, cederla, malbaratarla en el mercado de la demoscopia al servicio de la política, lo que puede acarrearnos al conjunto de la ciudadanía los costes por esa complicidad, una toma de decisión gubernamental de la que no podamos zafarnos tan fácilmente como se quita uno de encima las incómodas preguntas de una encuesta. Tenemos experiencia con las verdades oficiales, armas de destrucción masiva que jamás existieron o atentados del 11M ejecutados por la banda terrorista ETA…(seguro que hay más). Lo que hace que en esta ocasión, la encuestadora que escucha al otro lado del teléfono, se revuelva en su silla y tenga la necesidad de espetar al encuestado “NO NOS HAGAS A LOS DEMÁS SUS ESCLAVOS”.
A los mamporreros.