Es hora de vestir mantilla, acudir a misas solemnes y adornarse con las medallas del mérito (o el demérito religioso allá cada cual con su conciencia). El caso es que, más allá del fervor que pueda tener cada uno con la fiesta cristiana que conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús, hay algo que provoca un enorme rechazo en una parte de la sociedad y es la comunión que en estas fiestas, se hace patente entre Iglesia y Instituciones políticas del Estado.
Veremos a María Dolores de Cospedal y Soraya Sáenz de Santamaría en primera fila de la misa televisada, desfilará la benemérita cargando sobre sus hombros las imágenes talladas en piedra de una Virgen sufriendo la pérdida de su hijo y del propio hijo crucificado; el Presidente del Gobierno seguramente dejará sus quehaceres para mezclar su sentir con el del Pueblo y tomará la Comunión en la Catedral de Santiago (no esperamos menos de él, siendo gallego) y casi, nos parecerá normal, apropiado y, diría más, lo es. El Partido Popular, un partido que se circunscribe en sus estatutos como “inspirado en los valores del cristianismo” no hace más que llevar su esencia religiosa a la cuestión política del Estado. Esto dentro del marco regulativo es legal, una formación política, asociación, etc. puede perfectamente identificarse con una doctrina religiosa y encontrar amparo legal para desarrollarse como sujeto de derecho activo en la sociedad, haciéndolo constar.
Pero hay una cosa que rechina en toda esta parafernalia, y es el papel que los partidos políticos de izquierdas desempeñan todavía a día de hoy. En la mayoría de nuestros pueblos y provincias, alcaldes y concejales de todo color político marcan el mismo paso en la procesión que los monaguillos y los sacerdotes, no sé si por un malentendido marketing político, por imagen o para acercarse a una parte del electorado que evidentemente es creyente y así ejerce, convirtiendo en permanente e inmutable una situación que dista mucho de lo que deberíamos favorecer, alejar la religión católica de las Instituciones democráticas.
A pesar del palpable declive de la Iglesia y de la acuciada indiferencia que se profesa por una gran parte de la ciudadanía a esta institución, la Iglesia española está acostumbrada a tener una posición hegemónica en la toma de decisiones políticas que debieran ser ajenas al hecho religioso (desde la educación hasta la regulación del aborto, por poner dos ejemplos frescos). Sin duda las causas del declive religioso no pueden ser achacadas solo a la falta de educación de la juventud, sino que son más profundas. Una de ellas es el desprestigio de la Iglesia por culpa de comportamientos éticos que contradicen sus propias doctrinas. Es insostenible que alguien predique la pobreza y el desprecio de los bienes materiales cuando vive en un palacio suntuoso. Lo que está pasando en España es un proceso de secularización. Cada vez la religión tiene menos poder en las sociedades europeas y eso puede ser muy positivo si sabemos gestionarlo. Cuanta menos religión, más libertad y progreso. La mayoría de los jóvenes simplemente ignora la religión, y los que la conocen no dejan de encontrar diferencias entre lo que consideran normal y los mensajes que la Iglesia sigue predicando, por ejemplo, cuando un obispo habla sobre sexualidad o cualquier otro tema social, expresa una moral que nada tiene que ver con la forma de vida de la mayoría, incluso entre los que dicen ser creyentes.
La sociedad ha avanzado mucho alejándose del hecho religioso y de sus prescripciones morales en la elaboración de las Leyes que favorecen una sociedad más igualitaria (evidentemente en Legislaturas socialistas, no lo perdamos de vista). Pongamos un ejemplo del contraste social con la moral católica, en el que se evidencia que la distancia es más que patente; la semana pasada , el obispo de Málaga decía esto a tenor del Matrimonio Igualitario “El matrimonio no está reflejado como varón y hembra, luego puede ser cualquier cosa: un hombre y un perro, un anciano y un bebé” dijo en su sermón enfadado porque el propio Tribunal constitucional hubiese rebatido cada uno de los puntos que el PP y otros partidos políticos en defensa de la moral católica habían argüido para derogar la Ley.
Bien, este espíritu combativo y reaccionario (tanto de la Iglesia como del PP y otros) nos trae a la memoria la España de hace 50 años (o más), la España del Franquismo, en la que Gobierno y Confesión Católica formaban un totum revolutum indisoluble, como un matrimonio católico.
Resulta estridente que a pesar de esta lejanía, partidos como el PSOE no hayamos profundizado más en la brecha, no con intención de hacer frente a la idea religiosa de cada uno (Católica, Musulmana, Budista, Judía,…), nunca, si no con la intención de hacer realmente igualitaria y justa la situación de la confesión católica con el resto de confesiones que se practican en el Estado, y posicionarla en el lugar que le corresponde, que no es ni debe ser una posición pública sino privada. La religión es un hecho individual, personal, e intransferible, la libertad de culto o libertad religiosa es un derecho fundamental que se refiere a elegir libremente su religión, de no elegir ninguna o de no creer o validar la existencia de un Dios y poder ejercer dicha creencia públicamente, sin ser víctima de opresión, discriminación o intento de cambiarla, garantía que supone algo muy distinto a la clara imposición de una moral sobre el resto.
¿Llegaremos a ver al Estado español como un Estado laico?
Es muy probable que no, al menos en un corto o medio plazo de tiempo. A pesar de su decadencia, la religión conserva una importante influencia en España. La Iglesia católica tiene un enorme poder económico y político, especialmente dentro del PP y también en CIU y el PNV (partidos mayoritarios con esencia eminentemente católica y cristiana). España, en su constitución, se declara como un estado aconfesional, aunque si se profundiza en el marco regulativo en general, la Iglesia católica viene ostentando un estatus diferenciado y preferencial, que va desde la Educación, hasta la Tributación de Bienes y Patrimonio, pasando más recientemente por la elaboración de leyes o siendo sujeto pasivo de subvención a cargo de las arcas del Estado, la situación se eterniza y crece la desesperanza al comprobar que, cuando ha gobernado, el PSOE tampoco ha querido avanzar en un modelo laicista por miedo a molestar a sus votantes católicos. En un sentido estricto, la condición de Estado laico supone la nula injerencia de cualquier organización o confesión religiosa en el gobierno del mismo, ya sea, en el poder legislativo, el ejecutivo o el judicial. En un sentido laxo, un Estado laico es aquel que es neutral en materia de religión por lo que no ejerce apoyo ni oposición explícita o implícita a ninguna organización o confesión religiosa.
Hay quien todavía defiende que la única Iglesia que ilumina es la que arde, pues bien, yo no considero alternativa una nueva “Quema de los conventos” pero si han de encenderse Cirios Pascuales, que lo hagan en manos de quienes no tienen que representar a todos los ciudadanos. Decía Jorge Luis Borges, “Israelitas, cristianos y musulmanes profesan la inmortalidad, pero la veneración que tributan al primer siglo prueba que sólo creen en él, ya que destinan todo lo demás, en número infinito, a premiarlo o castigarlo”. Entre la Dolorosa y el Cristo Llagado, seguimos mirando a una sociedad del pasado, MIREMOS AL FUTURO.